Cortázar, Borges y una fiesta no vigilada
Todo lo que encierra la lectura de los escritores argentinos para un cubano que aprendió «a ser libre leyendo Rayuela»
Cortázar daba la sensación que flotaba y eso contribuía a aumentar la sensación de que era alienígena, caído de un planeta donde los gatos son dioses y hablan un idioma que sólo Cortázar entiende. Eso, unido a Cronopios y Famas tan alejados de los personajes de Onetti, Carpentier o Rulfo, contribuía a que no creyéramos del todo en la existencia de Cortázar, que nos pareciera un mito, me refiero a nosotros los cubanos de mi edad que no llegamos a verlo transitar por La Habana pero sí escuchábamos las historias: que si tuvo una novia habanera, negra y hermosa, que si hizo la cola del pan junto a Lezama, el gran poeta cubano, en una de esas bodegas siempre crepusculares donde se vende de todo en Cuba, es decir no se vende nada porque no hay nada. ¿O era la cola de la pizzería? Es más fácil imaginar al delgado argentino junto al gordo cubano, ambos escritores de las más pantagruélicas novelas escritas por estos lares, Paradiso y Rayuela, comiendo espaguetis habaneros.
Yo aprendí a a ser libre leyendo Rayuela, yo y muchos cubanos que escapamos a esas noveluchas de tractoristas soviéticos felices que nos llegaban a montones, adentrándonos en el libro más existencialista y más gozón que se ha escrito en Sudamérica.
Ese libro de Cortázar nos reconcilió con la vida, fue un revulsivo ante tanta ideología muerta, ante tanto telurismo y falta de alegría, fue en fin una manera de volver a bailar rocanrol en la isla, pues nos hizo sentir que ser feliz (o al menos intentarlo), que pensar la realidad y ser despacioso no era un delito, ni una aberración. Mucho le debemos entonces los cubanos a ese flaco personaje que andaba siempre armado con un gato, especie de bomba de tiempo para hacer jugarretas, porque Cortázar siempre parece que está a punto de jugarle una treta a alguien, por lo general a sí mismo. Nadie más argentino que Cortázar.
Camino por Buenos Aires y me parece que va a aparecer en alguna esquina y me va a preguntar ¿vos sos cubano? Ante ese interrogante mejor quedarse callado, o tal vez decirle que intento habitar el mundo de la magia donde él era experto mago.
A Cortázar, el argentino que lo ama lo ama muy mucho, he sido testigo de bloqueos en las redes sociales por una palabra de más acerca de su legado. El argentino que lo desprecia lo desprecia mucho también, como cierto conocido y excelente escritor que se dio el gusto de injuriarlo en grado sumo. Admiro a ese escritor; incluso, cierta noche fuimos a un sonado cumpleaños en los jardines de la Biblioteca Nacional donde se leyeron frases en su honor y él brilló por su ausencia. Pero se equivoca: Cortázar es grande y lo es a su manera, diferente a la de todos.
Tiene una calle en la ciudad, creo que se cruza con la de Borges, esas cosas hacen única a Buenos Aires, ir a la esquina Borges y Cortázar, luego doblar por Mujica Lainez hacen que aquí la vida sea una fiesta no vigilada.
De Marcial Gala
Clarín