Empezó coloreando la Patoruzú y hoy lo recuerdan como un ícono del arte surrealista argentino
Guillermo Roux vivió sus últimos días en Martínez. Una pintura en la Legislatura de Santa Fe y su versión de San Martín, emblemas de su obra.
Guillermo Roux creció rodeado de arte. Su padre, Raúl Roux, era un historietista de amplia trayectoria: trabajó en Caras y Caretas, Páginas de Columba, El Tony, Para Ti, El Gráfico, Atlántida, Mundo Argentino y el diario La Razón, aunque tal vez su trabajo más popular fuera dibujando para Patoruzú.
“La historieta en esos años tenía una injerencia en la juventud. Estaba incorporada naturalmente a los chicos a través de las revistas”, cuenta Hugo Maradei, ex director del Museo del Humor y curador del MIG-Museo de la Ilustración Gráfica. Y fue en ese contexto que Guillermo Roux entró a trabajar en la Editorial Dante Quinterno con tan solo 15 años. Allí, comenzó su oficio rodeado de veteranos de las viñetas como Lovato, Blotta, Ferro y Romeu. Hoy, a tres años de su fallecimiento, sus colegas y admiradores lo recuerdan como un prócer del arte plástico.
“Esos primeros años fueron maravillosos, para mí un mundo nuevo y extraordinario. A pesar de las notables diferencias de edad, ellos fueron mis amigos ¡y cuánto aprendí!”, relató el mismo Roux en una entrevista recopilada en Patoruzú. Una revista, una época en octubre del 2008. Quinterno, el histórico dibujante de cómics responsable de haber creado a Patoruzú o a Isidro Cañones, entre tantos otros icónicos personajes, había descubierto la facilidad de Roux para el color, lo cual lo llevó a colorear las mismísimas tapas de Patoruzito.
Un artista nómade
Luego de un tiempo trabajando en las portadas, Roux decidió viajar a Europa para proseguir con sus estudios. Hasta ese momento había asistido a la escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, en donde fue alumno de Lorenzo Gigli y Corinto Trezzini. Como cuenta Maradei, Quinterno le pidió que tenga preparadas tapas coloreadas como para 2 o 3 años antes de partir a Italia. Así, comenzó sus peripecias por el extranjero, en donde poco a poco ganó aprendizaje y reconocimiento.
El mismo Roux se definía como nómade hasta que llegó a encontrar su lugar en Buenos Aires. En aquel viaje a Europa se instaló en Italia por tres años, en donde trabajó restaurando frescos y mosaicos. Más tarde, en 1960, volvió al país y vivió en San Salvador de Jujuy por siete años, en donde fue docente. Sin embargo, su constante inquietud lo llevó a Nueva York en 1966. Allí se sumergió en el ámbito de la publicidad y de la ilustración de libros. Recién un tiempo después volvió a Buenos Aires, en donde se instaló definitivamente.
Durante sus travesías estudió las obras de los maestros del Renacimiento y de Diebenkorn y Hopper, los cuales influyeron en su estética. Su obra fue expuesta numerosas veces y a lo largo del mundo. Por mencionar algunas de ellas, fue exhibida en la galería Bonino en 1972, en la muestra en Marlborough Fine Arts en Londres al año siguiente y en la muestra en Munich en 1971, o más acá en tiempo y espacio, se encuentra “La Mujer y máscaras”, parte de su colaboración en la renovación de las Galerías Pacífico en el año 1994 o “La Ronda”, pintura que se halla en el corazón del Palacio Duhau.
Un eterno niño
Por más que esté categorizado como surrealista, su obra es variada y multifacética. Se podría decir que sus principales temas giran alrededor de la infancia. “Conservar esa niñez o esa frescura, esa inocencia, creo que es fundamental porque uno aprende mucho. Ahora, de lo que se trata, es de desaprender, no saber tanto, hay que saber menos y jugar más”, dijo en una entrevista realizada por el entonces Ministerio de Cultura de la Nación. Eso se puede ver representado en obras como la serie de “Juego interrumpido” o en el autorretrato hecho por él y Carlos Alonso.
Sin embargo, también hay espacio para la crítica política. El retrato en acuarela del Libertador y el mural “La Constitución guía al pueblo” son dos obras que denotan sus pensamientos respecto al tema. “No lo podía representar (a San Martín) en forma pasiva ni distante, en un altar donde nada lo roce. Preferí hacerlo mirándonos y señalándonos, como reclamándonos la parte que nos toca en la construcción de esta Argentina”, declaró respecto a la obra sobre el prócer que primero ilustró la tapa de un suplemento especial del diario La Nación en el 150 aniversario de su fallecimiento y que años más tarde donó al Instituto Nacional Sanmartiniano.
En cuanto a “La Constitución guía al pueblo”, mural hecho para la Legislatura de la ciudad de Santa Fe, dijo en una entrevista a Clarín: “Los héroes, ahora, están en la calle: son esos padres que tienen que mantener cinco hijos con un sueldo escaso. Hoy no tenemos que cruzar la cordillera pero tenemos que cruzar otras cosas. Y ahí, en ese momento, entonces, ¿dónde están nuestros San Martín? Yo quiero verlos. Esta pintura es para hacer presentes esos pensamientos”.
Entre los trabajos más surrealistas y los más realistas hay un espectro de experimentación, tanto en técnica como en temática. Realizó diferentes obras con acuarelas, témperas, collages y dibujos. “En el último tiempo se levantaba a la noche porque no dormía bien y se ponía a dibujar utensilios de la cocina”, cuenta Hugo Maradei. Y en efecto, eso fue parte de una colección a la que se le llamó “Nocturnos” y la cual llegó a exponerse en el Museo de Arte Decorativo. “Hay una especie de silencio cuando es de noche donde queda un espacio para que se mezcle la realidad con los recuerdos y para que las cosas más impensables puedan pasar por la cabeza”, contaba en una entrevista dada a este medio acerca de aquellos dibujos que hacía a raíz del insomnio.
Una obra vital
Guillermo Roux murió el 17 de septiembre del 2021 a los 92 años. Vivía en Martínez junto a su esposa, Franca Beer, y tenía un taller ubicado en CABA en el cual daba clases. Su reconocimiento incluía el Primer Premio Internacional de la XIII Bienal de San Pablo del año 1975, el Premio Konex de Platino como el más importante pintor surrealista de la historia en Argentina en 1982, el Premio “Dr. Augusto Palanza” por la Academia Nacional de Bellas Artes y la designación en 1990 de Académico de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes.
Cuando se le preguntaba cuál era su obra de preferencia él contestaba: “En el momento que lo estoy haciendo el mundo es ese. En el momento que lo dejo de hacer es porque ya el mundo dejó de ser”. Era un artista que no dejaba de explorar hasta en sus últimos días y cuya vitalidad sigue vigente en todo el arte que legó.
Por ALEX LEIBOVICH
Fuente: Clarín