Los arlequines de Pettoruti: su impacto cultural y estético

Cargados de energía cinética y colores vibrantes, los arlequines del pintor argentino son más que simples figuras; representan la esencia del carnaval, la celebración de la vida y la libertad creativa.

Dentro de las corrientes del arte moderno argentino, Emilio Pettoruti fue un pionero, un visionario cuya paleta vibrante y composiciones dinámicas fueron en direcciones diferentes a las que imponían las convenciones de su tiempo. En medio de su repertorio artístico, los arlequines son ejemplos visuales de su genio creativo.

La figura del arlequín, arraigada en el teatro y la cultura popular (como demuestra, por ejemplo, la serie de Netflix “La caída de la casa Usher”, que lo incorpora como referencia en uno de sus capítulos) es un ícono de la celebración y la astucia. Originario de la commedia dell’arte italiana del siglo XVI, personifica la agilidad, la astucia y la irreverencia, amalgama que encuentra su máxima expresión durante la celebración del carnaval.

El término «arlequín», derivado de la palabra francesa “hellequin”, evoca la esencia de la travesura y el ingenio desenfrenado. Es un personaje cuya esencia se teje de malicia y encanto, cuya presencia al mismo tiempo inquieta y desequilibra. En este punto, se puede establecer una relación con el Guasón, sobre todo por la dinámica de su personalidad y comportamiento, que rompen estructuras.

Es necesario indicar, como nota al pie, que el arlequín ha sido motivo de inspiración para artistas de todo tipo, desde pintores hasta cineastas y escritores. Sobre todo, por su versatilidad para integrarse a distintos contextos y resignificar en función de los elementos de cada uno de ellos. En el mismo sentido, por ambigüedad sirve para poner en evidencia tanto la dualidad humana como la búsqueda de la libertad.

La visión de un genio

Bajo la mirada de Pettoruti, los arlequines aparecen impregnados de los principios vanguardistas que definieron su estética. Como precursor de las corrientes cubistas y futuristas en Argentina, Pettoruti infunde a sus arlequines una energía cinética, una explosión de formas geométricas y colores vivos que proponen un giro a la percepción convencional y despiertan la imaginación del que observa. La obsesión de Pettoruti por la búsqueda del equilibrio y la armonía se refleja en sus arlequines.

En tiempos de carnaval, cuando las reglas sociales se desdibujan y la imaginación se desata, los arlequines de Pettoruti abren paso a la magia y el misterio, un terreno donde lo lúdico reina. Recuerdan la esencia misma del carnaval: una celebración de la vida, la creatividad y la libertad. En la obra de Pettoruti, los arlequines trascienden la mera representación visual para convertirse en símbolosde la experiencia humana, una danza eterna entre la luz y la sombra, la tradición y la innovación, el caos y la armonía.

Alicia Arteaga, en un artículo escrito para el diario La Nación en diciembre de 2003, se refiere al Arlequín de 1928 de Pettoruti, que es uno de los más icónicos. “Es un trabajo ejemplar, pues reúne todos los arquetipos plásticos y simbólicos desarrollados por el autor. El arlequín aparece en el cubismo en franca alusión a la Comedia del Arte Italiana. En este óleo, el acordeón alude no sólo a la musicalidad del personaje, sino también al movimiento virtual que realiza mientras lo toca”, señala.

“Esta figura estática y central está plantada ante un fondo urbano reforzado por severas arquitecturas que recuerdan las construcciones de Giorgio De Chirico. La pintura evidencia los procesos compositivos que caracterizan al artista platense: llevar adelante los efectos de los opuestos, el orden regular y obsesivo, acentuar la verticalidad y dinamizar la obra cromáticamente”, añade.

Por Juan Ignacio Novak

Fuente: El Litoral

Algunos de los distintos arlequines reflejados por Pettoruti. Foto: Museo Nacional de Bellas Artes / Colección Amalita