Los recitales de pintura de Lula Mari marcan un inicio de año distinto para las artes visuales
La artista propone otra manera de ver pintura, con el público como espectador de una puesta que se despliega en un escenario. Su obra, que miles ven cada día en el subte porteño, fue reunida en una exitosa retrospectiva. Ahora vuelve con esta propuesta única, en el CC San Martín.
Rojo, verde, negro, azul. Una figura humana en penumbras, tortugas, aves, ranas, un cabrito con dos cabezas. El universo de Lula Mari, joven pintora y maestra de pintores, se desplegó en toda su intensidad cuando hace unos meses reunió su trabajo de los últimos quince años en una retrospectiva llamada Yo estuvo ahí.
Se trata de un mundo inquietante, misterioso y subyugante que muchos conocieron por las coberturas mediáticas de tapa y el entusiasmo de Mariana Enríquez, pero con el que muchos más toman contacto diario con sus liebres saltarinas, en el mural de 100 metros de la estación Malabia del Subte porteño.
Ahora, la artista abre el año con sus recitales de pintura. Una experiencia conocida por los amantes de las artes visuales desde que empezó en 2010, pasando por distintos espacios y museos de Buenos Aires. En principio,dos sábados de febrero, incluido este próximo, 24, a las 19.30 gratis y por orden de llegada, en el Centro Cultural San Martín, y como parte del Festival de verano del Ministerio de Cultura de la ciudad.
¿Quién dijo que un cuadro va a una pared, si son imágenes? Es la pregunta que se hizo la artista y derivó en la creación de esta experiencia que ahora es audiovisual.
“Yo me preguntaba por qué mirar pintura estaba tan asociado a recorrer cuadros en un espacio blanco. Porque mi experiencia como amante de la pintura, además de pintora, es que un cuadro es un viaje que requiere un tiempo, y que entrar en una pintura es una experiencia muy rica en matices. Ni qué hablar hacer un cuadro, que implica ir encontrando cosas todo el tiempo”, le dice la artista a TN en el ensayo previo al inicio de este ciclo.
Y agrega: “Lo que llamé recitales de pintura, porque no se me ocurrió un nombre mejor, propone un aquietamiento del cuerpo: que la gente se siente y empiece a mirar el cuadro con tiempo. Como si fuera más una canción que se despliega que una cosa que se ve en un segundo. Como en un recital, o una obra de teatro, donde hay algo que se va desplegando en el tiempo. Había visto que en las galerías la gente mira máximo 3 segundos una pintura, y para mí una pintura empieza a los 40 segundos. ¿Cómo que ‘empieza’ una pintura? Porque la percepción tiene que hacer un recorrido. Estos recitales tratan de acompañar, o de invitar a que pase eso”.
En la sala a oscuras, con el público sentado en sus butacas, una voz da la bienvenida al recital de pintura y pide apagar los teléfonos celulares. En el centro del escenario, hay un atril. Unas sombras ponen una pintura en el atril, y esa pintura empieza muy de a poco a iluminarse. Así se revela despacio, ante la mirada de espectadores que intentan ir adivinando qué va a pasar.Acompañan ese descubrimiento unos sonidos, música compuesta por Jorge Gutiérrez Jiménez especialmente para cada cuadro.
“Así el cuadro se toma su tiempo para expresarse en su esencia, que es color y presencia. Y que incluye el tiempo como elemento: una pintura no trae su relojito, uno está frente a ella el tiempo que quiera. Pero es una eternidad contenida la que está ahí, porque un cuadro está vinculado al tiempo. Pienso que de esta manera se expresa ese tiempo de la pintura, que se despliega. ¿Cuánto tiempo? Entre cinco y seis minutos por cuadro, y son siete: 42 minutos de reloj”, indica Lula.
“Claro, otra diferencia con la visita a cuadros colgados en museos o galerías es que en estos recitales nadie te está mirando. Si te quedás mucho mirando un cuadro, hay una presión de otras personas que quieren que circules, para dejarles lugar. Y la mirada es íntima”, explica. Y analiza: “Este es un adentro. Trata de generar esa experiencia para que lo imaginal que tiene una pintura se pueda despegar de estos dispositivos a los que nosotros nos acostumbramos. Se trata de no darle siempre la misma espacialidad a las pinturas”.
—¿Y qué le pasa a la gente, a los espectadores?
—Es bastante intenso como experiencia visual. Porque mucha gente no vio pintura. Creo que, en general, la experiencia pictórica que tenemos no es rica. Acostumbrados a pasar frente a un cuadro durante tres segundos, a lo mejor nunca vieron un cuadro, y piensan que no saben. Escucho mucho eso: me encanta, pero no sé nada. Desde este tiempo que le dedicamos, mucha gente ve un cuadro por primera vez. Hay un encuentro con un lenguaje.
—Es una apuesta audiovisual de la pintura, entonces.
—Sí. Estuvimos mucho tiempo preguntándonos qué sonido acompaña a la pintura. ¿Qué música va con la imagen? En principio, ninguna, porque el silencio es parte del lenguaje de la pintura. Entonces, lo que tratamos de hacer fue alguna cosa que se acercara a ese silencio. Pero el silencio total es muy incómodo. Los primeros recitales que hice eran en silencio total y era demasiado exigente. Y siempre nos preguntamos cuál es el sonido justo que entre al cuadro y no te moleste, no te perturbe. Y claro que la experiencia de ver una pintura en soledad, y manejar la cercanía, sigue siendo hermosa; esta es otra experiencia. Una propuesta distinta que a la vez es algo muy sencillo. Me pregunté cómo es que no se hacía esto antes. Luego descubrí que los pintores pre rafaelistas hacían alguna cosa parecida, más performativa, y que algunos pintores generaron cosas similares.
—¿Y puede ser un poco pariente de los happenings de los setenta?
—Sí, se nutre de todo lo performático, solo que acá se propone algo más meditativo. Eso era quizá más de acción, pero invita a una linda pregunta, que es cuánto tiempo tiene cada cuadro. Hay cuadros más de impacto. Hay cuadros de un minuto. Estos que yo cuento, que son cuadros narrativos, donde hay historias y figuración, son de cinco minutos. Pero a lo mejor alguien prefiere que su cuadro sea de cinco segundos, una piña a la cabeza.
Fuente: TN