Miguel Hernández, 111 años de su nacimiento.
De niño fue pastor de cabras, y aunque tuvo un breve paso por la educación formal, por los resultados seguramente debe haber sido intensa. Autodidacta, leyó con fervor a los poetas del Siglo de Oro español (Garcilaso de la Vega, Calderón de la Barca y su amado Luis de Góngora), cuyas obras influyeron en obras teatrales y primeros poemas, como los de Perito en lunas (1934), donde los objetos de la vida cotidiana son revestidos por el hermetismo verbal heredado de Góngora. Muy joven, conoció a Vicente Aleixandre y al poeta chileno Pablo Neruda, que ampliaron tanto su visión del mundo como la concepción literaria. Miguel Hernández (1910-1942), además de ser otro mártir del franquismo, fue una de las voces poéticas más representativas del siglo XX. Hoy se cumplen 111 años de su nacimiento en Orihuela, al pie de la sierra.
Su estilo claro y sencillo, al que evolucionó a lo largo de una obra en la que se oyen acentos de la cultura letrada y de las tradiciones populares, se convirtió en un clásico de la poesía española y él mismo, en un emblema del compromiso estético y político. Dámaso Alonso lo llamó «genial epígono de la Generación del 27» (era el más joven de ese grupo) y Neruda lo caracterizó como el creador de una «poseía duradera». Artistas como Enrique Morente, Joan Manuel Serrat y Carmen Linares grabaron álbumes de homenajes con sus poemas transformados en canciones, algo no muy difícil de lograr debido a la musicalidad de la literatura hernandiana.
En 1936, después de publicar un auto sacramental inspirado en la obra de Calderón y obras teatrales como Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, Hernández dio a conocer una de sus obras poéticas más significativas: El rayo que no cesa. Allí aparecen, bajo la forma de sonetos e inspirados en experiencias personales (como su relación amorosa con la pintora Maruja Mallo o la muerte de su amigo y mentor Ramón Sijé, al que dedica la elegía final), algunos de los ejes de su producción. La vida, el dolor y la muerte, el amor y la naturaleza como fuentes de analogías y significados son los más sobresalientes. «Este rayo ni cesa ni se agota:/ de mí mismo tomó su procedencia/ y ejercita en mí mismo sus furores.// Esta obstinada piedra de mí brota/ y sobre mí dirige la insistencia/ de sus lluviosos rayos destructores», se lee en las dos estrofas finales de uno de los sonetos de este segundo poemario, al que siguió Viento del pueblo, de 1937. En ese libro reúne arengas bélicas, elegías y alegorías poéticas protagonizadas por ejércitos, pueblos y alianzas de seres vivientes. «Vientos del pueblo me llevan,/ vientos del pueblo me arrastran,/ me esparcen el corazón/ y me aventan la garganta», se lee en el poema que da título al conjunto. En ese entonces, su participación en la Guerra Civil Española, su adhesión al Partido Comunista y la militancia antifascista marcaron la escritura de Hernández. Durante ese periodo su poesía pasa del yo intimista al nosotros comunitario de la causa republicana y se impregna de algunos clichés del realismo socialista.
Como delegado del Partido Comunista español, viajó a la Unión Soviética y en II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se realizó en Madrid y en Valencia, conoció al poeta peruano César Vallejo, con el que su obra «dialoga». En 1939, cuando se había terminado de imprimir su tercer libros de poemas (El hombre acecha) una comisión franquista destruyó casi por completo la tirada. El libro, que incluye un poema a Rusia donde se llama «compañero» a Josef Stalin, recién pudo ser publicado en 1981. Al mismo tiempo que se destruían los ejemplares, Hernández era detenido y encarcelado en un intento fallido de cruzar la frontera hacia Portugal. Por presiones de Aleixandre y Neruda, recuperó la libertad, pero al poco tiempo volvió a ser detenido en su pueblo natal y se lo condenó a muerte.
En las cárceles, y pese a la muerte de su primer hijo en 1938, el poeta siguió escribiendo. Cancionero y romancero de ausencias, libro inacabado y póstumo, se publicó por primera vez en la ciudad de Buenos Aires, en 1958, en la editorial Lautaro. Décadas después, algunas de las poesías de ese libro fueron utilizadas como letras de composiciones musicales en homenajes al «escritor del pueblo». Si bien a Hernández se le conmutó la pena de muerte, fue condenado a treinta años de prisión. En la cárcel contrajo tuberculosis y, a los 31 años, murió el 28 de marzo de 1942, sin haber recuperado la libertad por la que tanto había luchado. En un gesto simbólico, la ley de memoria histórica de 2007 aprobada en España anuló también, junto a la de tantos otros, la condena al poeta de Orihuela.