108 años del nacimiento de Albert Camus, considerado el representante del existencialismo.

Hace 108 años, nació el escritor Albert Camus, en Argelia. Fue cuando ese país africano era colonia francesa.

Albert Camus, hijo de un combatiente alsaciano –Luden- que había huido de la guerra hacia Argelia, para trabajar en un viñedo en el departamento de Constantine, y que volvió a enfrentarse con su destino bélico entre las balas de la Primera Guerra Mundial dónde encontró la muerte.

Su hijo, Albert, tenía apenas un año de vida –había nacido en Mondoví, lejos del Mar Mediterráneo- y sólo pudo dejarle una madre sorda que plantaba castañas de cajú, un hermano dos años mayor, una foto de sí y una única anécdota (sobre el asco que le causaba la muerte por guillotina), que narró en El extranjero y  motivó el aplauso de la Academia Sueca y, bastantes años después, la abolición de la pena de muerte en Francia.

Sí, Albert Camus, el autor de novelas memorables (La peste, La caída, etc), piezas teatrales (Calígula, El malentendido, etc), ensayos (El mito de Sísifo, El hombre rebelde). Albert Camus, el comunista arrepentido, el existencialista converso, el filósofo que salvó varios suicidas antes de que saltaran al río sosteniendo una pesada piedra entre las manos.

Si hay algo que, en el crepúsculo de los años 30, el filósofo Albert Camus le reprochó a sus predecesores es su falta de respuesta al mayor problema del hombre de todos los tiempos: “si la vida no tiene sentido, ¿para qué quiero vivir”. El suicidio.

Si hay algo que caracteriza nuestro paso por la vida es la completa indiferencia del universo ante nuestro destino. Visto desde el cosmos, no somos nada. Visto desde nosotros mismos, lo somos todo. Este abismo, esta grieta no se zanja con astucia, como hizo Sísifo en la mitología griega: Zeus lo condenó a cargar toda su vida un peñasco inmenso hasta la cima de un monte y luego, volver a descender por el otro lado, con su pesada carga. Así, cada día, sin porvenir.

Si bien Sísifo era ciego, Camus sostiene que a pesar del reconocimiento y la aceptación de la inutilidad de su vida, cuando está en la cima, Sisifo puede disfrutar de la naturaleza, oye los pájaros, siente la tibia luz del sol, tendrá medio día por delante y si hay vida, hay esperanza. Lejos de todo acto de fe, a través de su relectura del icono griego, en su propia versión de El mito de Sísifo (1942) Albert Camus sostiene que la búsqueda de la felicidad, es en sí, un motivo para vivir y transformar la infelicidad en virtud en acción.

Y sin duda, lo puso en práctica. Al quedar huérfano en Argelia, su madre, Catherine Sintès se fue con la prole a vivir a la capital, Argel, a la casa de los abuelos de Camus. Mientras la madre limpiaba casas de ricos para mantener a sus hijos, Camus pasaba muchas horas con un tío carnicero Gustave Acault, que era culto, masón y despertó la codicia intelectual de su sobrino al abrirle las puertas de su nutrida biblioteca.

Si bien, Albert Camus no era un colono rico sino un pied-noir pobre, pudo ir a una escuela francesa, gracias a la recomendación de los empleadores de su madre. Esos años de mucho deporte e ideas hirvientes lo marcaron a fuego. Tal es así que, luego de haber recibido el Premio Nobel de Literatura, en 1957 le escribió una carta a uno de sus maestros del colegio, Louis Germain. 

“He esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y le puedo asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso continúan siempre vivos en uno de sus pequeños discípulos, que, a pesar de los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.

Su personalidad entró en acción en 1930, cuando el gobierno colonial francés organizó los festejos del centenario de la Argelia Francesa, momento en que el estado francés había invadido Argelia (¿El motivo? El orgullo de un rey local al que Francia le debía dinero y el orgullo del cónsul francés, que no estaba dispuesto a pagarlo).  

Francia se quedó 132 años en Argelia, que fue la dominación colonial más prolongada del imperialismo francés. Las guerras continentales europeas y la derrota francesa en la Guerra franco-prusiana hicieron que muchos europeos de todos los orígenes y, también, alsacianos que habían perdido sus granjas y no deseaban ser alemanes, eligieran partir hacia Africa. Tal fue el caso de los Camus.

En el nuevo orden imperial, todos los inmigrantes europeos fueron llamados “colonos franceses» y tanto ellos como sus descendientes eran los pieds-noirs (por sus botas lustradas). Albert Camus lo era. Las diferencias sociales entre colonos, musulmanes e incluso judíos eran muy notables en Argelia. Los pieds-noirs eran ciudadanos franceses; los musulmanes, no. En teoría, los musulmanes nativos (mayoría en todo el país) podían concurrir a escuelas francesas, pero en la práctica no sucedía: sólo el 6 % de los chicos musulmanes iban a escuelas francesas.

Muchas veces, los mismos colonos que hipócritamente predicaban la igualdad ante la ley (como en El extranjero, la novela que llevó a la fama mundial a Albert Camus) en realidad no querían que los nativos “de piel oscurita” (un racismo que sutilmente refleja esa misma “ficción”) aprendieran francés, estudiaran las grandes ideas rectoras del espíritu francés y que luego la mayoría musulmana aplicara en su contra sus propias ideas libertarias. 

Esas diferencias indignaban a Camus. Se afilió al Partido Comunista de Argelia y en 1932 comenzó a publicar sus primeros textos incendiarios en la revista Sud. En 1935 escribió El revés y el derecho. Fundó en Argel dos teatros revolucionarios para poner en escena las piezas rápidas que salían de su pluma caliente.  

Se desencantó del comunismo y se convirtió en un cronista lúcido de su tiempo. Varias de sus investigaciones en el Diario del Frente Popular –sobre todo su trabajo sobre la miseria del barrio bereber de la Kabylia, sobre el Mediterráneo- lo pusieron en la lista negra oficial y nadie quería darle trabajo. Fue ahí, en 1940, cuando decidió dejar su madre tierra y se mudó a París. 

Primero entró a la redacción del diario Paris-Soir y en 1943 ingresó a Gallimard. Durante la Segunda Guerra Mundial dirigió la revista Combat y, al concluir la guerra, se afilió al anarquismo. Escribía para Le Libertaire, Le révolutíon proletarienne y Solidaridad Obrera. En sus columnas encendidas apoyó las protestas de 1953 en Alemania Oriental, defendió el levantamiento de los trabajadores polacos en Poznan, apoyó la Revolución húngara y alentó el movimiento independentista en Argelia.

Respecto a su vida personal, Albert Camus se casó dos veces: con Simone Hie, de 1934 a 1936; y con Francine Faure, en 1940, con quien tuvo dos mellizos, Catherine y Jean. No obstante, siempre estuvo rodeado de mujeres y sus romances más conocidos fueron Blanche Balain (1937), la actriz de teatro María Casares (1944-1945), Mamaine Koestler (1946) y la segunda vuelta con María Casares, desde 1948 hasta su muerte en 1960). También habría que mencionar a Catherine Sellers (1956-1960) y, desde luego a Mette Ivers (1957-1960). 

Se dijo incluso que su resonante enemistad con su amigo Jean Paul Sartre, el creador del existencialismo, se debió al rechazo sistemático de Camus hacia la curiosidad sexual de Simone De Beauvoir, esposa de Sartre. 

Lo públicamente cierto es que Sartre y Camus se distanciaron en 1952, cuando Les Temps Modernes, la publicación de Sartre, hizo una crítica demoledora de El hombre rebelde. Su intercambio público y epistolar de reproches son una joya de la retórica. En 1957, el discurso de agradecimiento de Camus al recibir el Premio Nobel, tiene párrafos que disparan como flechas contra el autor de La náusea.

“Cada generación se siente destinada a rehacer el mundo. La mía sabe sin embargo que no podrá hacerlo. Su tarea es sin embargo mayor: impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrupta en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas en las que pobres mediocres que pueden hoy destruirlo todo no saben convencer, en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y la opresión. Esa generación ha debido en sí misma y a su alrededor restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir”, pronunció en Estocolmo, en 1957.

Albert Camus se oponía a todos los ismos: el cristianismo, el comunismo, al nihilismo, el existencialismo, y descreía de todos los que creían en la palabra “fin”.

Albert Camus murió el 4 de enero de 1960, en un accidente automovilístico por la carretera de Le Petit-Villeblevin, mientras iba en el asiento delantero del coche que conducía su editor Michel Gallimard. Camus murió en el acto y Gallimard, algunos días más tarde, en un hospital de París, hacia donde viajaban luego de pasar la Navidad en la casa de campo en Lourmarin. Su familia no murió con él, porque había preferido el tren. 

Con el dinero del Premio Nobel había comprado esa casa sencilla en Lourmarin, en la Provence francesa. Era un criadero de gusanos, que él mismo reformó hasta convertirlo en su lugar para alejarse del mundo. «Por fin he encontrado el cementerio donde seré enterrado», ironizó una vez.

Pocos días antes de su fin, había absurdamente comentado: «No conozco nada más idiota que morir en un accidente de automóvil». 
Dentro del auto, la patrulla de rescate encontró 144 páginas desconocidas. Eran su manuscrito inconcluso de El primer hombre, sobre la guerra de la independencia en Argelia, que su hija Catherine logró publicar treinta y cuatro años más tarde. 

A sesenta años de su desaparición y a casi un siglo de haber nacido en Argelia, las obras claras, sencillas y sublimes de Albert Camus siguen siendo la inspiración de jóvenes de todas partes del mundo porque la vida es absurda y seguirá siéndolo, hasta que se demuestre lo contrario.

Fragmento de “Rota se camina igual” de Lorena Pronsky

(…)De repente te agradezco y te confieso mi milagro, cuando me doy cuenta que abrazás mis heridas sin ningún miedo a que se te claven mis espinas. Eso sí es saberse bien amado.
Ver como te comés mi veneno sin miedo a contagiarte, solamente para que mi propio trago me resulte menos amargo.
Eso es que te quieran con el pecho abierto, sin guantes en las manos, aceptando la simpleza de asumirme flor y tierra.
Cielo y barro.
Haciendo lo que puedo con lo que la vida hizo conmigo y también y porqué no, lo que yo hice con ella.
A veces, siendo capáz de todo y otras veces, sin ganas de latir ni siquiera a tu lado.
Eso es que te quieran bien.
En lo que soy y en lo que no puedo llegar a ser.
Ni hoy. Ni mañana. Ni quizá nunca.
Querer bien.
En silencio, con la queja en el bolsillo y sin pedirme nada a cambio.
Sos la suerte que tengo.
La incondicionalidad que me regaló el destino. La casualidad hermosa de habernos mirado y no sólo habernos visto.
La inocencia de tu amor sublime, de elegirme entera en cualquiera de mis dos lado. (…)

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«Las cosas pequeñas» poesía de José Luis Gallardo, escritor Argentino.

Les comparto una exquisita poesía del escritor argentino José Luis Gallardo. Espero que la disfruten tanto como yo.

Celebro la grandeza de las cosas pequeñas;
de las cosas triviales, sencillas, hogareñas.

Quisiera que este verso fuera un canto de gesta
que exalte las hazañas de la gente modesta.

Quisiera que este verso fuera un himno discreto
que exalte al hombre medio, responsable y concreto.

Quisiera que este verso resulte una balada
que exalte al hombre honrado y a la mujer honrada.

Celebro la batalla de apariencia anodina
que se libra en los campos de la diaria rutina.

Celebro el desenlace de aquellas aventuras
vividas al amparo de existencias oscuras.

Celebro los minutos, los heroicos minutos
donde juegan ocultos corajes diminutos.

Celebro a tanta gente que empieza la jornada
levantándose alegre en plena madrugada.

Celebro ese gobierno que ejercen las mujeres
y que en los formularios definen: sus quehaceres.

Gobierno que se inicia cuando encienden puntuales
en su casas dormidas los fuegos matinales.
Celebro los aromas que inundan la cocina:
celebro la fragancia del café y de la harina.

Celebro cada gesto, celebro cada frase,
preparando los hijos cuando salen a clase:

que ajustar la corbata, que observar los detalles,
recomendar cuidado para cruzar las calles.

Y celebro a los chicos con delantales blancos
cuando escuchan atentos sentados en sus bancos.

Celebro las lecciones sabidas a conciencia;
los triángulos, los mapas, pintados con paciencia

Celebro al artesano que inicia la mañana
subiendo a un colectivo de línea suburbana.

Celebro al operario que una vez y otra vez
toma el tren de las cinco, las cinco y veintitrés.

Y celebro al empleado que espera en la estación
con su camisa limpia brillante de almidón.

Celebro al comerciante de procedencia itálica
cuando alza tarareando la cortina metálica.

Celebro a los gallegos rotundos y formales
que rigen almacenes de Ramos Generales.

Y celebro a los griegos del quiosco en las esquinas
que amables nos despachan tabaco y golosinas.

Celebro al laborioso capataz provinciano
santiagueño, puntano, chaqueño o tucumano.

Y celebro al asiático tintorero cortés;
al sirio diligente y al jocundo irlandés.

Celebro con nostalgia los frugales reseros,
jinetes de la aurora que cruzan Mataderos.

Y celebro al tambero que entre el barro y la bruma
reitera su milagro de blancura y de espuma.

Celebro los camiones de brillantes colores,
cargados con verduras y cargados con flores:

celebro los cajones con apio y berengenas;
celebro los manojos de rosas y azucenas.

Celebro los efectos del jabón y del agua,
los fuegos de artificio que bailan en la fragua.

Celebro la epopeya del trabajo bien hecho,
del horario completo, del deber satisfecho.

Celebro las proezas del último escribiente
que no demora el curso que sigue un expediente.

Celebro la respuesta simpática y precisa,
celebro la fatiga detrás de una sonrisa.

Celebro la tarea comenzada y concluida,
celebro la herramienta que se limpia y se cuida.

Celebro los mordiscos exactos de la lima,
celebro que se acepten los rigores del clima.

Celebro cada golpe del formón y el martillo,
celebro las hiladas parejas de ladrillos.

Celebro a quien mensura los alcances de un riesgo
cuando avanza prudente por atajos al sesgo.

Y celebro asimismo la decisión valiente
que lleva en ocasiones a jugarse de frente.

Celebro la costumbre de decir la verdad,
celebro la constancia, celebro la amistad.

Celebro la finura de esa ayuda encubierta
que se presta de modo que ninguno lo advierta.

Celebro los escritos con renglones prolijos,
y celebro el coraje de tener muchos hijos.

Celebro que se cumplan los acuerdos verbales,
celebro la clemencia de los buenos modales.

Y celebro al vecino que riega sus malvones
celebro al funcionario que cumple sus funciones.

Celebro a quien comparte la pesadumbre ajena,
celebro a quien celebra la dulce Nochebuena.

Celebro al vigilante, celebro al carpintero,
celebro el trato franco y el amor verdadero.

Celebro las parejas de novio que en verano
caminan por los parques tomadas de la mano.

Y celebro el cariño de mujer y marido
cuando llevan ya un largo camino recorrido.

Celebro los abuelos que ríen con sus nietos,
celebro a quienes saben mantener los secretos.

Celebro los cimientos, celebro los puntales,
que sostienen ocultos las bellas catedrales.

Celebro al hombre humilde que construye un país.
Del árbol florecido celebro la raíz.

Celebro a los que pisan con firmeza en el suelo
mientras alzan confiados su corazón al cielo.

Concluyo este poema con el párrafo aquél:
quien es fiel en lo poco será en lo mucho fiel.

Miguel Hernández, 111 años de su nacimiento.

De niño fue pastor de cabras, y aunque tuvo un breve paso por la educación formal, por los resultados seguramente debe haber sido intensa. Autodidacta, leyó con fervor a los poetas del Siglo de Oro español (Garcilaso de la Vega, Calderón de la Barca y su amado Luis de Góngora), cuyas obras influyeron en obras teatrales y primeros poemas, como los de Perito en lunas (1934), donde los objetos de la vida cotidiana son revestidos por el hermetismo verbal heredado de Góngora. Muy joven, conoció a Vicente Aleixandre y al poeta chileno Pablo Neruda, que ampliaron tanto su visión del mundo como la concepción literaria. Miguel Hernández (1910-1942), además de ser otro mártir del franquismo, fue una de las voces poéticas más representativas del siglo XX. Hoy se cumplen 111 años de su nacimiento en Orihuela, al pie de la sierra.

Su estilo claro y sencillo, al que evolucionó a lo largo de una obra en la que se oyen acentos de la cultura letrada y de las tradiciones populares, se convirtió en un clásico de la poesía española y él mismo, en un emblema del compromiso estético y político. Dámaso Alonso lo llamó «genial epígono de la Generación del 27» (era el más joven de ese grupo) y Neruda lo caracterizó como el creador de una «poseía duradera». Artistas como Enrique Morente, Joan Manuel Serrat y Carmen Linares grabaron álbumes de homenajes con sus poemas transformados en canciones, algo no muy difícil de lograr debido a la musicalidad de la literatura hernandiana.

En 1936, después de publicar un auto sacramental inspirado en la obra de Calderón y obras teatrales como Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, Hernández dio a conocer una de sus obras poéticas más significativas: El rayo que no cesa. Allí aparecen, bajo la forma de sonetos e inspirados en experiencias personales (como su relación amorosa con la pintora Maruja Mallo o la muerte de su amigo y mentor Ramón Sijé, al que dedica la elegía final), algunos de los ejes de su producción. La vida, el dolor y la muerte, el amor y la naturaleza como fuentes de analogías y significados son los más sobresalientes. «Este rayo ni cesa ni se agota:/ de mí mismo tomó su procedencia/ y ejercita en mí mismo sus furores.// Esta obstinada piedra de mí brota/ y sobre mí dirige la insistencia/ de sus lluviosos rayos destructores», se lee en las dos estrofas finales de uno de los sonetos de este segundo poemario, al que siguió Viento del pueblo, de 1937. En ese libro reúne arengas bélicas, elegías y alegorías poéticas protagonizadas por ejércitos, pueblos y alianzas de seres vivientes. «Vientos del pueblo me llevan,/ vientos del pueblo me arrastran,/ me esparcen el corazón/ y me aventan la garganta», se lee en el poema que da título al conjunto. En ese entonces, su participación en la Guerra Civil Española, su adhesión al Partido Comunista y la militancia antifascista marcaron la escritura de Hernández. Durante ese periodo su poesía pasa del yo intimista al nosotros comunitario de la causa republicana y se impregna de algunos clichés del realismo socialista.

Como delegado del Partido Comunista español, viajó a la Unión Soviética y en II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que se realizó en Madrid y en Valencia, conoció al poeta peruano César Vallejo, con el que su obra «dialoga». En 1939, cuando se había terminado de imprimir su tercer libros de poemas (El hombre acecha) una comisión franquista destruyó casi por completo la tirada. El libro, que incluye un poema a Rusia donde se llama «compañero» a Josef Stalin, recién pudo ser publicado en 1981. Al mismo tiempo que se destruían los ejemplares, Hernández era detenido y encarcelado en un intento fallido de cruzar la frontera hacia Portugal. Por presiones de Aleixandre y Neruda, recuperó la libertad, pero al poco tiempo volvió a ser detenido en su pueblo natal y se lo condenó a muerte.

En las cárceles, y pese a la muerte de su primer hijo en 1938, el poeta siguió escribiendo. Cancionero y romancero de ausencias, libro inacabado y póstumo, se publicó por primera vez en la ciudad de Buenos Aires, en 1958, en la editorial Lautaro. Décadas después, algunas de las poesías de ese libro fueron utilizadas como letras de composiciones musicales en homenajes al «escritor del pueblo». Si bien a Hernández se le conmutó la pena de muerte, fue condenado a treinta años de prisión. En la cárcel contrajo tuberculosis y, a los 31 años, murió el 28 de marzo de 1942, sin haber recuperado la libertad por la que tanto había luchado. En un gesto simbólico, la ley de memoria histórica de 2007 aprobada en España anuló también, junto a la de tantos otros, la condena al poeta de Orihuela.

Rafael Alberti, 22 años de su fallecimiento.

Rafael Alberti Merello. Destacado y reconocido escritor español, además de poeta, dramaturgo y prosista. Fue miembro de la Generación del 27. Considerado uno de los mayores literatos españoles de la llamada Edad de Plata de la literatura española, cuenta en su haber con numerosos premios y reconocimientos.

Rafael Alberti nació en el Puerto de Santa María, Cádiz, el 16 de diciembre de 1902. Estudió en el Colegio San Luis Gonzaga, de los jesuitas. En 1917 se trasladó a Madrid con su familia, donde tuvo ocasión de visitar por vez primera el Museo del Prado, hecho que marcaría su vida y su temprana vocación pictórica, que fue su inclinación inicial aunque ya en 1922 publicó sus primeros versos en la revista Horizonte. Si bien su primera vocación fue la pintura, sin embargo la poesía lo convirtió en una de las figuras fundamentales del SXX, ya con su primer libro, Marinero en tierra, ganó el Premio Nacional de Literatura en 1925. En Madrid, en la Residencia de Estudiantes, trabó amistad con García Lorca, Salinas, Guillén, Dalí, Buñuel, Aleixandre, Gerardo Diego, Dámaso Alonso y José Bergamín e intervino activamente en el homenaje a Góngora, en Sevilla, que dio lugar a la llamada Generación del 27. Ese mismo año empezó a colaborar con la Revista de Occidente. En los años siguientes publicó La amante, relato poético de un viaje en automóvil, y El alba del alhelí. En 1929 tuvo lugar un cambio importante en su poesía, cuando publicó Cal y canto, influido por Luis de Góngora y el ultraísmo. También de ese mismo año es Sobre los ángeles. Considerada su obra maestra.

En 1930 se casó en Madrid con la escritora María Teresa León, viajó a París y se afilió al Partido Comunista. En 1932 viajó a Berlín, a la Unión Soviética, Dinamarca, Noruega, Bélgica y Holanda. Conoció a Ilya Ehrenburg, Pablo Neruda y a Dolores Ibárruri. En 1934 fundó con María Teresa León la revista revolucionaria Octubre y asistió como invitado al Primer Congreso de Escritores Soviéticos. Fue secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, director de la revista El mono azul y del Museo Romántico. También desarrolló una cierta actividad teatral y estrenó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid Los salvadores de España (ensaladilla en un acto). En plena guerra civil participó en la organización del II Congreso Internacional de Escritores. Viajó a París y a Moscú, en donde se entrevistó con Stalin. En 1939, ante la inminente derrota del gobierno republicano se vio obligado exiliarse junto a María Teresa León. Vivieron en París, acogidos en la casa de Pablo Neruda y trabajando como locutores en Radio París-Mondiale, pero al año siguiente partieron rumbo a Argentina. En 1941 nació su hija Aitana y publicó Entre clavel y la espada. Recorrió Argentina y Uruguay con Invitación a un viaje sonoro (Concierto para verso y laúd, con acompañamiento de piano). En 1950 viajó Varsovia en calidad de delegado del Congreso Mundial de la Paz. En la década de los sesenta siguió publicando, exponiendo y dando recitales incansablemente por diversos países de Latinoamérica: Cuba, Venezuela, Perú, Colombia. En 1963 regresó a Europa, donde permaneció junto a María Teresa durante catorce años. En 1968 la Scala de Milán estrenó un ballet basado en poemas del libro Sobre los ángeles.

En 1977 decidió regresar a España, tras un exilio forzado de treinta y ocho años. Fue elegido Diputado por el Partido Comunista en Cádiz. Al año siguiente se estrenó en Madrid, en el Teatro María Guerrero, Noche de guerra en el Museo del Prado, e inició una tanda de recitales con Nuria Espert por todo el mundo. En 1986 recibió un homenaje multitudinario en el teatro romano de Mérida y «Medaille Picasso» de la UNESCO, en París. Ese mismo año murió su compañera y esposa María Teresa León. Ingresó en 1989 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en la de Bellas Artes de Santa Cecilia. En 1990 casó en El Puerto de Santa María con la escritora María Asunción Mateo. Los últimos años fueron tiempos de múltiples y merecidos reconocimientos a este incansable poeta del pueblo: ARCO (Feria Internacional de Arte Contemporáneo) inauguró una exposición antológica de su pintura. En La Habana recibió las llaves de la ciudad,fue nombrado «Huésped Ilustre», y doctor honoris causa por su Universidad. Fidel Castro lo condecoró con la medalla José Martí. En Buenos Aires fue nombrado Ciudadano Ilustre. En el teatro Nacional Cervantes se le rindió un caluroso homenaje. La Municipalidad de Santiago lo nombre «Visitante Ilustre» y le entrega las llaves de la ciudad. Recibe la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Cataluña.

Murió el 28 de octubre de 1999 en Puerto de Santa María.

2021, año de grandes efemérides literarias

Se cumplen 200 años del natalicio de Baudelaire, Dostoievski y Flaubert y del séptimo centenario de la muerte de Dante, entre otros.

Hace 200 años nacieron en Francia dos de las figuras literarias más importantes de la historia de la literatura. Tanto Baudelaire como Flaubert publicaron dos de los libros claves del siglo XIX, uno en verso y otro en prosa. Al Este de Occidente, nació en la capital de la Rusia zarista, Dostoievski, quien es considerado uno de los escritores más importantes de la literatura universal. Además, este 2021 se cumplen 700 años de la muerte de Dante, 200 de la de Keats y 100 años del nacimiento de Patricia Highsmith, Carmen Laforet y Augusto Monterroso.

El 9 de abril de 1821 nace en París Charles Baudelaire, conocido como el poeta “maldito”, que marcará un punto de inflexión en la poesía moderna. Ocho meses después, a menos de 150 km, nace Gustave Flaubert, quien escribió la novela realista por excelencia. Un mes antes y a más de 2500 km, en la capital rusa, nace Fiódor Dostoievski, quien puso la literatura rusa sobre el mapa.

Así, se cumplen 200 años desde que llegaran al mundo tres de las figuras literarias más relevantes de su tiempo y de la historia de la literatura. Sin embargo, el año de nacimiento no es lo único que comparten. Tampoco la grandeza de su obra en la literatura universal. También están unidos por los problemas en sus vidas y las consecuencias de sus obras.

El caso más conocido que enlaza el destino de dos de estos autores es el de los juicios a Las flores del mal y a Madame Bovary, ambos publicadas en 1957. Tanto el poemario de Baudelaire como la novela de Flaubert fueron juzgados por el mismo juez, acusados por el mismo abogado imperial, Ernest Pinard, y por las mismas razones: corrupción de la moral pública y religiosa durante el Segundo Imperio francés.

Las dos obras influyen en la opinión pública francesa de la época, especialmente a raíz de los juicios, y ambas representan una nueva forma de hacer literatura. Ese era su peligro. Sin embargo, las sentencias fueron dispares, ya que Baudelaire fue condenado, mientras que Flaubert quedó absuelto. Al abogado de este último le fue más fácil que al del parisino desligar la obra de la realidad.

Por su parte, Dostoievski fue arrestado por conspirar contra el zar Nicolás I y llevar a cabo acciones consideradas contrarias al gobierno junto a otros intelectuales. Entre las acusaciones que lo llevaron a la condena a muerte fue promover la lectura de la literatura liberal que bullía en Francia.

Sus incipientes ataques epilépticos, tras el asesinato de su padre, lo salvaron del paredón pero lo acompañaron hasta el final de su vida, también en Siberia, donde tuvo que cumplir cinco años de trabajos forzosos. La epilepsia, que también padeció Flaubert, no fue el único trastorno que tuvo el autor de Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov o El idiota. La ludopatía también hizo mella en su vida. Trató este problema en El jugador, escrito en tan solo 26 días.

Sobre este tema Baudelaire escribió un poema (El juego) en el que exhibe una crítica a la sociedad de la época, pero más conocida es la obra del ruso, que se centra aún más en la psicología humana. Las similitudes entre ambos literatos no acaba aquí y es que los dos perdieron un progenitor a una temprana edad (uno de niño y otro ya adolescente), suceso que los marcó enormemente. Además, el francés también sufrió una enfermedad, sífilis, que lo llevó a la muerte. 

La magnitud de la obra de estos tres autores se ve reflejada en la influencia que tuvo en su generación y en las posteriores. Por parte de Flaubert, Madame Bovary vio sus réplicas en la literatura rusa (Anna Karenina, Tolstoi) y española (La Regenta, Clarín). Dostoievski también estuvo presente en la obra de Kafka, Freud, Nietzsche o Faulkner entre muchos otros. Finalmente, Baudelaire influyó enormemente en la poesía simbolista, decadentista y en las vanguardias, llegando hasta la actualidad.

Si a estas tres grandes celebridades de la literatura se les recuerda este año por su bicentenario, Dante Alighieri no va a ser menos en el séptimo centenario de su muerte. El poeta florentino, que murió en 1321, supuso el primer paso de la Edad Media al Renacimiento en la literatura.

El autor de la archiconocida y estudiada Divina Comedia fue el primero en nacer de los tres autores renacentistas por excelencia. Petrarca y Bocaccio continuaron su camino, incluso este último escribió su biografía. La vita nuovaDe vulgari eloquentia e Il Convivio son sus otras grandes obras, que han crecido a la sombra de una de las obras maestras de la literatura, la Divina Comedia

Las influencias de este autor, particularmente el libro, son innumerables. Aunque en la literatura ha estado muy presente, las artes plásticas son las que más han representado escenas de la obra. Pintores como Delacroix, Bouguereau, Botticelli o Dalí han recreado en sus obras pasajes de la Divina Comedia, poema alegórico donde Virgilio acompaña al autor por el Infierno y el Cielo, en cuya última esfera está Beatrice, su amada.

En España se celebra este año el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán, quien, entre otras cosas, promovió la literatura rusa en el país, principalmente de Dostoievski. Tras el Año Galdós que se celebró como pudo el año pasado por el inicio de la pandemia de coronavirus, su homóloga y amante se erige como la protagonista, no solo por el aniversario, sino también por la devolución del Pazo de Meirás por parte de la familia Franco al Estado.

Aun así, no es la única personalidad literaria española que celebra su centenario en 2021. Carmen Laforet nació hace 100 años en Barcelona y fue merecedora del primer Premio Nadal con su ópera prima, Nada, de 1944. En ella habla de la pobreza que vivió España en los años inmediatos a la Guerra Civil con un cariz existencialista. Es una de las obras más importantes escritas durante el franquismo.

La autora catalana escribió hasta finales de siglo y las obras póstumas se resumen en epistolarios, recopilaciones y en una novela reelaborada durante toda su vida que se publicó en 2004, año de su muerte: Al volver la esquina. También consiguió el Premio Nacional de Literatura con La mujer nueva, en 1955.

“Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en el agua” reza el epitafio de John Keats en el Cementerio protestante de Roma, quien murió en 1821, año en el que nacieron los tres autores a los que hacíamos referencia al principio. Junto a Lord Byron y Percy Shelly, es el principal representante de la literatura británica del Romanticismo, en concreto de la poesía. Nacida en Alemania e Inglaterra, el Romanticismo británico tuvo su origen en un poema de Coleridge y Wordsworth, quienes son considerados los precursores del movimiento literario en el país inglés.

Las obras más conocidas de Keats son HyperionLamia y otros poemas y sus odas. La Oda sobre una urna griegaOda a la melancolíaOda a Psyche y Oda a un ruiseñorson considerados sus mejores poemas y aparecen en el poemario de Lamia. Como Dostoievski y Baudelaire, Keats fue aquejado de una enfermedad (tuberculosis) que afectó a su vida y que, además, provocó su muerte prematura a la edad de 25 años.

También se celebra el centenario del nacimiento de Patricia Highsmith, famosa por sus obras de suspense y policiacas. La más importante es El talento de Mr. Ripley, de una serie de 5 novelas sobre el propio Ripley, y ha sido adaptada varias veces al cine. La película más conocida es el thriller psicológico protagonizado por Matt Damon, que hace del propio Ripley, y dirigido por Anthony Minghella. 

Por último, se cumplen 100 años desde que nació el escritor hondureño, Augusto Monterroso. El autor de novelas, poemas y cuentos es el mayor representante español de la minificción. La corta extensión de sus textos desembocan en la obra que más fama le ha dado y una de las más breves en lengua castellana: El dinosaurio, cuya totalidad del texto puede reproducirse para acabar este artículo: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Fuente: https://elsiglodeuropa.es/2021-ano-de-grandes-efemerides-literarias/