Podrá nublarse el sol eternamente; Podrá secarse en un instante el mar; Podrá romperse el eje de la tierra Como un débil cristal. ¡todo sucederá! Podrá la muerte Cubrirme con su fúnebre crespón; Pero jamás en mí podrá apagarse La llama de tu amor.
Les comparto una exquisita poesía del escritor argentino José Luis Gallardo. Espero que la disfruten tanto como yo.
Celebro la grandeza de las cosas pequeñas; de las cosas triviales, sencillas, hogareñas.
Quisiera que este verso fuera un canto de gesta que exalte las hazañas de la gente modesta.
Quisiera que este verso fuera un himno discreto que exalte al hombre medio, responsable y concreto.
Quisiera que este verso resulte una balada que exalte al hombre honrado y a la mujer honrada.
Celebro la batalla de apariencia anodina que se libra en los campos de la diaria rutina.
Celebro el desenlace de aquellas aventuras vividas al amparo de existencias oscuras.
Celebro los minutos, los heroicos minutos donde juegan ocultos corajes diminutos.
Celebro a tanta gente que empieza la jornada levantándose alegre en plena madrugada.
Celebro ese gobierno que ejercen las mujeres y que en los formularios definen: sus quehaceres.
Gobierno que se inicia cuando encienden puntuales en su casas dormidas los fuegos matinales. Celebro los aromas que inundan la cocina: celebro la fragancia del café y de la harina.
Celebro cada gesto, celebro cada frase, preparando los hijos cuando salen a clase:
que ajustar la corbata, que observar los detalles, recomendar cuidado para cruzar las calles.
Y celebro a los chicos con delantales blancos cuando escuchan atentos sentados en sus bancos.
Celebro las lecciones sabidas a conciencia; los triángulos, los mapas, pintados con paciencia
Celebro al artesano que inicia la mañana subiendo a un colectivo de línea suburbana.
Celebro al operario que una vez y otra vez toma el tren de las cinco, las cinco y veintitrés.
Y celebro al empleado que espera en la estación con su camisa limpia brillante de almidón.
Celebro al comerciante de procedencia itálica cuando alza tarareando la cortina metálica.
Celebro a los gallegos rotundos y formales que rigen almacenes de Ramos Generales.
Y celebro a los griegos del quiosco en las esquinas que amables nos despachan tabaco y golosinas.
Celebro al laborioso capataz provinciano santiagueño, puntano, chaqueño o tucumano.
Y celebro al asiático tintorero cortés; al sirio diligente y al jocundo irlandés.
Celebro con nostalgia los frugales reseros, jinetes de la aurora que cruzan Mataderos.
Y celebro al tambero que entre el barro y la bruma reitera su milagro de blancura y de espuma.
Celebro los camiones de brillantes colores, cargados con verduras y cargados con flores:
celebro los cajones con apio y berengenas; celebro los manojos de rosas y azucenas.
Celebro los efectos del jabón y del agua, los fuegos de artificio que bailan en la fragua.
Celebro la epopeya del trabajo bien hecho, del horario completo, del deber satisfecho.
Celebro las proezas del último escribiente que no demora el curso que sigue un expediente.
Celebro la respuesta simpática y precisa, celebro la fatiga detrás de una sonrisa.
Celebro la tarea comenzada y concluida, celebro la herramienta que se limpia y se cuida.
Celebro los mordiscos exactos de la lima, celebro que se acepten los rigores del clima.
Celebro cada golpe del formón y el martillo, celebro las hiladas parejas de ladrillos.
Celebro a quien mensura los alcances de un riesgo cuando avanza prudente por atajos al sesgo.
Y celebro asimismo la decisión valiente que lleva en ocasiones a jugarse de frente.
Celebro la costumbre de decir la verdad, celebro la constancia, celebro la amistad.
Celebro la finura de esa ayuda encubierta que se presta de modo que ninguno lo advierta.
Celebro los escritos con renglones prolijos, y celebro el coraje de tener muchos hijos.
Celebro que se cumplan los acuerdos verbales, celebro la clemencia de los buenos modales.
Y celebro al vecino que riega sus malvones celebro al funcionario que cumple sus funciones.
Celebro a quien comparte la pesadumbre ajena, celebro a quien celebra la dulce Nochebuena.
Celebro al vigilante, celebro al carpintero, celebro el trato franco y el amor verdadero.
Celebro las parejas de novio que en verano caminan por los parques tomadas de la mano.
Y celebro el cariño de mujer y marido cuando llevan ya un largo camino recorrido.
Celebro los abuelos que ríen con sus nietos, celebro a quienes saben mantener los secretos.
Celebro los cimientos, celebro los puntales, que sostienen ocultos las bellas catedrales.
Celebro al hombre humilde que construye un país. Del árbol florecido celebro la raíz.
Celebro a los que pisan con firmeza en el suelo mientras alzan confiados su corazón al cielo.
Concluyo este poema con el párrafo aquél: quien es fiel en lo poco será en lo mucho fiel.